lunes, 6 de diciembre de 2010

Heptarquía en Gaza



1

Ojo frío.
Labio estéril.
Cuerpo quieto.
Daño exacto.
Certidumbre.

La noche perpetra el día.
Es inútil resistirse.
En Gaza no se hacen prisioneros.


2

Hay gente muy pequeña.
Viven en su mundo restringido.
Laten con su corazón exiguo.
No consienten que la voz hile silencios.
Ni conciben la ceguera en la blancura.
Ni perciben la incursión de la soberbia.
Simplemente sobreviven.



3

Hay gente diminuta.
Viven en su orbe imperceptible.
Laten con núcleo insignificante.
No tocan la aspereza del desgarro.
Ni fintan ante el husmo del desastre.
Ni saben cómo sabe la desgracia.
Simplemente está escrito en su epidermis.


4

Hay gente despreciable.
Viven en su charca despoblada.
Laten corazón de puro escombro.
No intuyen el volumen del silencio.
Ni avientan la alegría de los otros.
Ni gustan del sabor del bien ajeno.
Ni tañen labios, risas, espejismos…
Son monstruos en los ojos de los niños.




5

Y luego estás tú con tu arrogancia.

Escribiendo mil epístolas morales
para el sermón de la mesa del domingo.
Regalando paz, libertad, armonía,
erizadas de señuelos y añagazas.
Maquinando operaciones financieras
ajustadas a tu estricta conveniencia.
Erigiendo construcciones sostenibles
con tres palos que marea tu torpeza.
Redactando protocolos bizantinos
al rebufo de tu sólida impostura.
Reprobando el lucro honrado de los otros
sin atisbo de objeciones en el propio.
Denostando toda paja en ojo ajeno
sin observar menoscabo de tu viga.
En definitiva y para que me entiendas:
aplicándonos esa ley del embudo
tan querida por tu intrínseco egoísmo.
Pero has de saber que a los cinco minutos
no consigues engañar a casi nadie.



6

esta noche preñada de silencio
encalla y cuenta sombras sigilosas
una bomba drena ansias de coraje
reventando las tretas de quererme
mis ventanas devoran sus postigos
ansiosas de avistar la luz del día
derraman en el aire sus cristales
inmolan las estrellas en el cielo
poco a poco se agrandan las heridas
carezco de sutura y esperanza
acabo desangrado entre verdades
las sábanas escriben mi epitafio
añoro la sonrisa de los rostros
engullo crudas todas mis miserias
sofoco mi rencor en el olvido
un día más para partir de cero
restauro la mañana con jirones
injertos de quién sabe qué bandera
y nutro todas mis incertidumbres
con besos que me alcanzan sin pedirlo
no esperando esperar lo inesperado
acreciento la luz para velarme
nadie llora victorias merecidas
nadie olvida colgarse las medallas



7

Hay perros que parecen perros.
Otros que no.
Otros más que desentonan y parecen hombres.
Pero no. Siempre mejor perros.

Hay hombres que parecen hombres.
Otros que no.
Otros más que desentonan y parecen perros.
Pero no. Pobres de los perros que lo crean.

También hay nadas que parecen hombres.
Duermen en un jergón hirsutos,
babean en su escudilla de peltre,
orinan en los bordes del cinismo,
besan a dentelladas minuciosas,
fichan de ocho a tres y parecen de fiar.

Yo me imagino que Dios
se arrepiente muchas veces de nosotros.
Sobre todo de esos que son
peores que los que parecen perros,
peores que los que fichan de ocho a tres
y no ayudan a nadie,
peores que los que perdonan tu vida
si se dignan a mirarte,
y te aseguro que es mejor que no lo hagan
porque parece que te extirpan lo que no les pertenece
y lo disfrutan.

Y me imagino también que Dios
ya no volverá a ser hombre.
Y a poco que lo piense
probablemente llore.
Una vez y nada más.

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